ORDENACIÓN DIACONAL DE ADRIÁN LAZARO Y OSCAR MORETTI
Tomado de: http://www.obispadozaratecampana.org/
Procesión de salida
Con la feligresía de la diócesis representada en sus distintas parroquias, destacaban Zárate, Escobar, Baradero, Campana, Manuel Alberti (Pilar), Mercedes, todos lugares donde los actuales diáconos realizaron actividades apostólicas. Mons. Santiago Herrera, Rector del Seminario «San Pedro y San Pablo» (cuyos seminaristas, compañeros de los ordenados, asistieron a la ceremonia), tuvo a cargo la presentación. Estaba presente parte del Seminario de Gualeguaychú, con el P. Joaquín González, y algunos seminaristas del Seminario de Mercedes, con el director espiritual, R.P. Tom, y el párroco de la catedral de esa ciudad, Pbro. Abrey. Concelebraron entre los muy numerosos sacerdotes, además de los mencionados, Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el Pbro. Daniel Bevilacquas, Mons. Justo Rodríguez Gallego, Mons. Ariel Pérez, párroco de Ntra. Sra. del Carmen de Zárate y el Pbro. Atilio Rosatte, párroco de Santiago del Baradero.
Al término de la celebración tuvo lugar un fraterno almuerzo comunitario, en el gran salón pastoral de la parroquia.
A continuación ofrecemos el texto integral de la homilía de Mons. Oscar Sarlinga.
HOMILÍA DE MONS. OSCAR SARLINGA
IGLESIA CO-CATEDRAL DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
BELÉN DE ESCOBAR
7 de agosto de 2010
¿Cómo ser renovados en la esperanza?. Es el Espirito Santo el que puede “renovar la faz de la tierra”(Salmo 104, 30), y todos sabemos cuánta necesidad de renovación tienen estos tiempos en que vivimos. Pero, ¿cuál renovación?. La que obra la Ley nueva del Espíritu, el Evangelio, el mismo Jesucristo en su Iglesia. Nos podríamos preguntar: ¿qué pueden hacer Vds. Adrián y Oscar, para hacer rejuvenecer a esta sociedad?. Mucho, muchísimo, si se dejan guiar, con docilidad, por el Espíritu de Dios, como nos lo enseña San Pablo (Cfr. Rom. 8, 14).
Ante todo el amor, la caridad, esa virtud divina que contiene en sí la suma entera de todo lo que compone la “novedad” cristiana, «la novedad que hace nuevas todas las cosas» pues si sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida es “porque amamos a los hermanos” (Cf I Jn. 3. 14)
Luego, el Espíritu crea alegría (Cf. Hech 13, 52) y la alegría es efusiva, difusiva en el testimonio, ese testimonio, queridos Adrián y Oscar que ustedes están llamados a ofrecer a los hermanos y hermanas de nuestro tiempo, a menudo afectados por el frío egoísmo, o el sinsentido de la vida, y haciéndolo siempre con el kerygma en sus labios, para ofrecerles el «hacer pie» en Cristo, más aún, “hacer raíz” en el Señor (Cf Fil 3, 1; 4, 4.10) en su alegría sin fin y su júbilo sin par (Cf Salmo 42, 4), el cual se hace, así, nuestro júbilo.
Y por último, la paz. Ella nos hace capaces de luchar por la justicia y resolver tantas cuestiones con generosidad, con el «genio propio» del amor, el cual ha de imbuir toda nuestra pastoral, abajando toda máscara, pues las máscaras traen inquietud y no paz. Tal como lo ha dicho la Carta pastoral para la misión continental, de la CEA: “La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones, para que los programas pastorales no terminen siendo “máscaras de comunión”. (…) Antes de la organización de tareas, importa el “como” las voy a hacer, el modo, la actitud, el estilo. Así entonces las tareas son herramientas de un estilo comunional, cordial, discipular, que transmite lo fundamental: la bondad de Dios”(1).
La misión que reciben es para esta Iglesia particular, y al mismo tiempo es universal, ya desde ahora, para ustedes, que serán ordenados diáconos, en camino al sacerdocio ministerial, pues, si consideramos la misión universal de los presbíteros, que lo es “hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8) –tal como ha sido reafirmado por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio de los Pontífices-(2), también lo es la suya, la de ustedes. En el decreto sobre la actividad misionera, Ad gentes, los Padres Conciliares exhortaban a los presbíteros a ser “profundamente convencidos que su vida ha sido consagrada también al servicio de las misiones»(3), y los diáconos han de tener este sentido universal, más que como un mundano “ciudadano del mundo”, al estilo de la frase que se atribuye a León Tolstoi: «Pinta tu aldea y serás universal». Realizando aquí y ahora nuestra misión en el corazón de la Iglesia, nuestra misión deviene universal.
Por eso, jóvenes diaconandos: ¡Seamos Sembradores!. Queramos serlo. El Señor nos ha llamado a sembrar semillas, somos colaboradores con Cristo, el que da el crecimiento; estamos llamados a predicar el evangelio a “toda criatura” seremos responsables de la palabra que hayamos sembrado, para la conversión (Cf Mc 16:15; Ez 33:8-9).
Evocamos hoy un pensamiento de Juan Pablo II, acerca de que la conversión a Dios, más que constituir sólo un acto puntual, es una disposición del alma, esto es «una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo»(4), en ese «iter» que es nuestra vida.
Nuestra vida es una peregrinación, a similitud de la peregrinación a la Tierra prometida del pueblo de Israel. Como las palabras de Moisés al pueblo de Israel, antes de entrar en la tierra prometida, recordándoles las diversas vicisitudes que habían encontrado en Egipto y en el Éxodo. Moisés el profeta les hace presente que en todas estas circunstancias habían recibido la ayuda del Señor. En particular, «gracias a la mediación de Moisés —comenta Benedicto XVI—, aprendieron a escuchar la voz de Dios, que los llamaba a convertirse en su pueblo santo»(5). Moisés exhortó a ser agradecidos a Dios, por todo el bien que hizo a su pueblo. Así ustedes, también, sean agradecidos, de modo que su alegría sea completa y sea la fuerza de ustedes (Tal como el lema que han elegido, de Nehemías 8, 10: La alegría del Señor sea nuestra fuerza), agradecidos con sus padres, con su familia, con sus superiores, con todos aquéllos que les han hecho el bien y los han encaminado en esta vocación y elección. Es cumplimiento del cuarto mandamiento y tiene mucho que ver con una virtud y con un don bastante dejado de lado hoy día, que es la piedad.
La Virgen Madre, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, proteja la consagración de Vds y les dé fuerza y luz, así como la intercesión de San Cayetano, cuya conmemoración hoy celebramos. La alegría del Señor sea siempre nuestra fuerza.
1 CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Carta pastoral de los obispos argentinos con ocasión de la Misión Continental aprobada por la 153ª Reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina (20 de agosto de 2009) “MISIÓN CONTINENTAL”, n. 17.
2 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal, Presbyterorum Ordinis, 10: AAS 58 (1966) 1007; JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 7 dicembre 1990, 67-68: AAS 83 (1991) 315-326.
3 Id. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes, 39: AAS 58 (1966) 986-987.
4 JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, n. 13.
5 BENEDICTO XVI, Discurso en el Ángelus del primer domingo de Cuaresma, 5-III-2006.
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